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Según los estudiosos del tema, las experiencias sobrenaturales y las supersticiones, tienen su origen en los mismos procesos cerebrales usados para la cognición y la percepción.
Cuando nos enfrentamos a una situación de peligro por ejemplo, nuestro cerebro no razona la situación con detenimiento, no lo hace porque necesita tomar una decisión urgente, literalmente de vida o muerte. Así que sólo agudiza los sentidos más esenciales, como la audición, y para hacerlo desconecta todo lo demás.
Como consecuencia de este proceso, nuestra percepción se modifica por prepararnos para huir o luchar en caso de ser necesario. Y como resultado, en esos momentos escuchamos cosas que no existen con tal de ayudarnos a correr más rápido, o sobre reaccionamos ante estímulos ordinarios como el movimiento de una planta. Todo eso nos puede salvar la vida en caso de que un animal salvaje nos aceche entre la maleza, por ejemplo.
Hay una ventaja de supervivencia en adjudicar vida sin hacer preguntas. Es por eso que, durante la evolución humana, nuestros antepasados desarrollaron una percepción aguda de la presencia de seres vivos, algo que se activa automáticamente cuando percibimos objetos que podrían tener vida o ser inanimados. Entre una formación rocosa o un oso hambriento, es mejor asumir que se trata de un oso hambriento, porque si suponemos que es una formación de roca y resulta ser un oso hambriento, no habrá una nueva ocasión de vacilar.
A lo largo de millones de años, los seres humanos hemos evolucionado y conservado esos mecanismos de sobrevivencia. En la época actual, aunque no nos enfrentamos a barrancos y animales salvajes, sí nos vemos presionados por situaciones que requieren decisiones inmediatas en el trabajo, las calles, la familia, etc.
La creencia generalizada en supersticiones, horóscopos, técnicas de adivinación y lo sobrenatural puede resultar extraña en una era científica; pero vivimos también en una época de angustia, de tensiones económicas, caos social y desarraigo. Y a lo largo de la historia, esas épocas se caracterizaron por un repunte de la astrología, las percepciones extrasensoriales y otros fenómenos paranormales, motivados, en parte, por el anhelo de refrenar un mundo que gira sin control.
Otra capacidad que utilizamos para sobrevivir, es la de encontrar patrones. Eso nos ayuda a controlar el mundo en que vivimos. Y cuando estamos en un ambiente donde hay descontrol y desorganización, nuestro cerebro busca patrones para no perdernos. De esa manera evitamos perdernos en una selva... o en una ciudad.
Así que muchas veces, los amuletos y los rituales de la suerte, son consecuencias secundarias de nuestro cerebro al buscar patrones. Pues si vives en el caos, pero algo bueno te pasó, quizá tu cerebro lo asocie con algo que sobresale en todo ese desorden: puede ser una camisa nueva, un llavero singular o una piedra colorida.
Los despertares religiosos (y el incremento de las sectas) se dan en épocas tumultuosas, y las creencias paranormales en tiempos de agitación política y social.
Otra táctica de nuestro cerebro que nos inclina hacia la superstición, es el sesgo confirmatorio. Nos quedan más grabados los aciertos de los videntes, adivinos o astrólogos (que además tienen la precaución de hacer pronósticos vagos y sin demasiados detalles) que sus fallos. Esto es porque cuando la mente evolucionaba, la incapacidad de establecer asociaciones (evitar a las víboras con cascabeles) podía resultar en la muerte, en tanto que una asociación falsa (lloverá si bailo) no es más que tiempo perdido.
En otras palabras, las supersticiones no son más que tiempo perdido, ocasionadas por la capacidad de asociaciones positivas que sí nos pueden salvar la vida.
Sin embargo al racionalizar las creencias en lo sobrenatural, las supersticiones o lo paranormal, en momentos en que estamos calmados y podemos pensar con claridad, nuestro cerebro también se acostumbra a dejar de creer en ellos.
Por otro lado, a medida que la ciencia sustituye lo sobrenatural con lo natural, explicándolo todo, desde los truenos y relámpagos hasta la formación de los planetas, muchas personas van a buscar otra fuente de misterio. Por ejemplo, las historias de secuestros alienígenas o “abducciones”.
Las personas que creen abducciones alienígenas, al igual que las que creen en supersticiones, son absolutamente normales: tienen familia, trabajo, obligaciones y responsabilidades. Quizá no tienen nada en común, excepto una cosa: una incapacidad para el pensamiento científico.
Tener incapacidad para pensar en términos científicos, implica que ante sucesos comunes demos explicaciones sobrenaturales, por muy lógicas puedan ser las respuestas más sencillas. Y esto es también una consecuencia de los mecanismos que hemos desarrollado para sobrevivir a lo largo de milenios.
De hecho, la mayoría de los seres humanos somos así, más emocionales que racionales. Eso no es perjudicial en sí, excepto que en esta época, el tiempo perdido en las supersticiones también se transforma en dinero y confianza perdidos.
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Etiquetas: Mafalda